lunes, 8 de octubre de 2012

Supercalifragilisticoespialidoso


Es lo que canto todas las mañanas cuando voy a trabajar. Y es que yo soy como Mary Poppins, una institutriz. Quiero reivindicar la palabra, que tan mala fama obtuvo por la desgraciada relación de la Srta. Rottenmeier con Heidi. Todos la odiamos, pero es que no es nada fácil intentar domar a un potrillo salvaje sin modales, eso sí, con buen corazón.

¿Nadie ha intentado comprender a la señorita Rottenmeier? Yo cada día la entiendo más, y sin ser tan estirada como ella, sé lo que es contar hasta diez una y otra vez hasta que acaba el día.


Los niños deberían venir con los modales puestos de serie, pero por desgracia no es así, con lo cual cada día me tengo que enfundar mi traje de Supernani, coger el capote y empezar a torear con el humor de cada uno de mis pupilos, que son tan diferentes como Saturno, Plutón y Júpiter aunque sean del mismo Sistema Solar. A veces las peleas pueden convertirse en batallas que ni el mismísimo Leónidas con sus 300 espartanos sería capaz de mediar entre ellos, pero entonces llega SuperMary Poppins con su espada justiciera (esto es: ni para ti, ni para el otro, juguete confiscado) y se acabaron los problemas.


El que inventó el reloj ni tenía niños ni los había visto en la vida, si hubiera sido así hubiera sabido que ellos tienen su propia medida del tiempo que es cambiante dependiendo de la tarea que hay que hacer, con lo cual diez minutos puede ser el tiempo  que tardas en pestañear o toda la Era Jurásica completa.Un ejemplo: " Tienes diez minutos para ver la tele" se les pasa en un suspiro, evidentemente hay protestas, porque "acababan de encenderla". Pero si dices "aún quedan diez minutos para acabar los deberes" son los diez minutos más largos de su vida.



No soy maestra, ni pediatra, ni madre de los niños que cuido, soy un poco de cada cosa. Y es que para ser institutriz hay que tener un poco de mano izquierda. La dulzura de la Señora Doubtfire, que supo ganarse la confianza de los niños con sus historias y  la paciencia de la novicia María Von Trapp, que pudo lidiar con los siete niños gracias a las canciones (y es que eso de que la música amansa las fieras es verdad). Y canto, ya lo creo que canto, y bailo. A veces la polka, a veces un bals, otras break dance y muchas veces me toca ir al ritmo de la musiquilla de Benny Hill persiguiendo a mis pequeños monstruos. Es agotador.

Lo bueno es que en ocasiones ves que no todo cae en saco roto, y si observas como el que no quiere la cosa, te das cuenta de que todos los cuentos contados, las observaciones sobre el mundo que has hecho, las reprimendas,  las pequeñas lecciones que vas dando de alguna manera están en esas cabecitas y que a veces salen cuando menos te lo esperas, entonces te das cuenta de que todo va bien, y de que a pesar de los disgustos y el esfuerzo la magia funciona, y las píldoras de sabiduría con azúcar entran bien y se asimilan. Por eso me gusta ser institutriz.



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