¿Nadie ha intentado comprender a la señorita Rottenmeier? Yo cada día la entiendo más, y sin ser tan estirada como ella, sé lo que es contar hasta diez una y otra vez hasta que acaba el día.
El que inventó el reloj ni tenía niños ni los había visto en la vida, si hubiera sido así hubiera sabido que ellos tienen su propia medida del tiempo que es cambiante dependiendo de la tarea que hay que hacer, con lo cual diez minutos puede ser el tiempo que tardas en pestañear o toda la Era Jurásica completa.Un ejemplo: " Tienes diez minutos para ver la tele" se les pasa en un suspiro, evidentemente hay protestas, porque "acababan de encenderla". Pero si dices "aún quedan diez minutos para acabar los deberes" son los diez minutos más largos de su vida.
No soy maestra, ni pediatra, ni madre de los niños que cuido, soy un poco de cada cosa. Y es que para ser institutriz hay que tener un poco de mano izquierda. La dulzura de la Señora Doubtfire, que supo ganarse la confianza de los niños con sus historias y la paciencia de la novicia María Von Trapp, que pudo lidiar con los siete niños gracias a las canciones (y es que eso de que la música amansa las fieras es verdad). Y canto, ya lo creo que canto, y bailo. A veces la polka, a veces un bals, otras break dance y muchas veces me toca ir al ritmo de la musiquilla de Benny Hill persiguiendo a mis pequeños monstruos. Es agotador.
Lo bueno es que en ocasiones ves que no todo cae en saco roto, y si observas como el que no quiere la cosa, te das cuenta de que todos los cuentos contados, las observaciones sobre el mundo que has hecho, las reprimendas, las pequeñas lecciones que vas dando de alguna manera están en esas cabecitas y que a veces salen cuando menos te lo esperas, entonces te das cuenta de que todo va bien, y de que a pesar de los disgustos y el esfuerzo la magia funciona, y las píldoras de sabiduría con azúcar entran bien y se asimilan. Por eso me gusta ser institutriz.