Había una vez una rana apaciblemente sentada a las orillas de un río cuando, de repente, un escorpión se le acercó y le preguntó si le podía transportar a la otra ribera. La rana se negó en rotundo, argumentando que el escorpión le clavaría el aguijón en cuanto pudiese, a lo que él respondió que no fuese estúpida, que si le picaba ambos morirían ahogados. La rana dio esa respuesta por válida y aceptó ayudarle a cruzar el río, pero cuando iban por la mitad el escorpión le picó, provocando que la rana comenzara a hundirse, infectada por el veneno. Sabiendo su destino y el del escorpión le preguntó a éste por qué había hecho cosa semejante, a lo que él respondió: “Está en mi naturaleza.”
Al igual que en el cine arte en Hotline Miami es más
importante la atmósfera de la película que la trama en sí, bebiendo así de
películas como Fight Club o la más reciente Drive a la hora de crear una
ambientación que mezcla lo enfermizo y lo cotidiano en un argumento tan vago e
imprevisible que por momentos resulta surrealista y delirante. La historia (si
así puede llamársele) nos pone en el pellejo de un tipo normal (sin nombre ni
identidad, que clásico) que recibe extrañas llamadas en clave y que le llevan a
cometer actos atroces. Sin saber quien le hace éstas indicaciones y custodiado
por extrañas alucinaciones (que van desde charlas entre humanos con cabezas de
animal hasta cadáveres que desaparecen sin dejar rastro) iremos desentrañando
el misterio tras las siniestras llamadas. Si bien la premisa y el progreso de
la aventura no son muy pomposos que digamos, cumplen su cometido: enganchar,
invitar al jugador a descubrir qué demonios está pasando mientras trata algunos
leitmotivs realmente vanguardistas dentro de los videojuegos, como la naturaleza
de la violencia y otros temas acerca de la parte más oscura de la psique
humana.
Con un estilo audiovisual que debe mucho a los ochenta, su
música está formada por un buen puñado de canciones que, si bien encajan a la
perfección con la temática del juego, no serán del gusto de todos. Su apartado
artístico es increíblemente llamativo para un juego de estas características,
es transgresor pero lleno de luces y colores, violento pero nada desagradable,
un cóctel algo extraño pero que funciona a la perfección gracias a su uso de
contrastes: la psicodelia de las visiones con el realismo de su violencia, lo
oscuro de su propuesta con lo colorista de su aspecto…
Sin embargo hasta aquí el capítulo de las recomendaciones.
Jugablemente, el juego se podría tildar de pésimo: es repetitivo hasta la
saciedad, increíblemente frustrante en ocasiones y al menos a mí no me motivó
para nada a la hora de avanzar en la trama o rejugarlo una vez acabada ésta (de
eso se encarga la historia). No es nada cómodo ni agradable jugarlo ya que, en
ocasiones, que tu plan aparentemente perfecto se venga abajo por una IA con un
funcionamiento deficiente y puertas que se abren de forma repentina sin
explicación alguna y que delatan tu posición pueden acabar cohibiéndote. Si
bien es verdad que se le da al jugador cierta libertad de movimientos para
jugarlo de forma sigilosa la mayoría de veces descartaremos esta posibilidad
por aburrida y acabaremos liándonos a palos, en un combate nada llamativo y que
ni siquiera cuenta con la posibilidad de protegerte. Y aquí tenemos todas las
de perder: los creadores han apostado por el realismo, que a un único golpe
los enemigos y nosotros podamos morir, sin importar si el arma utilizada es una
escopeta o una sartén. Si hay algo que rescatar de este apartado es la
“variedad” jugable que aporta el uso de máscaras, que nos darán según qué
ventajas tácticas que podremos utilizar para tener algo de superioridad frente al
estúpido pero imparable enemigo.
En conclusión, Hotline Miami es el clásico juego con muy
buenas ideas que, sin embargo, no ha sabido poner de su parte, dejando así la
sensación de que podría haber sido mucho más de lo que finalmente es. No es
para nada un mal juego, las ocho horas que me ha dado a cambio de unos cuatros
euros en las rebajas de juego indie de Steam me parecen bien amortizados, pero
por nada más que por su argumento, que si bien no es genial, resulta lo
suficientemente mórbido como para querer ver cómo continúa.
Nota final: 6,5
Fuente(s): Google Imágenes, Wikipedia.
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