Yo la recuerdo desde siempre, quizás no recuerde algunos de los momentos y sensaciones que he vivido en la niñez pero desde luego el aroma de muchos de los cosméticos y geles de mi infancia tienen ese olor a talco tan característico de esta marca.
Quizás a muchos esta marca os recuerda a la señora Peg Boggs, la alegre vendedora de maquillaje que se apiada de Eduardo Manostijeras cuando le encuentra solo y triste en la mansión de su creador y le lleva a su casa para curarle los cortes de la cara y ofrecerle un lugar en su família como un hijo más, junto a sus otros hijos Kevin, el hijo menor, y la bella Kim, de la que Eduardo acaba perdidamente enamorado.
Estoy casi segura que para restablecer aquella piel tan dañada debió de usar una buena cantidad de Rich Moisture Cream, a la que nosotros en casa llamábamos la crema verde y que era una gran regeneradora de pieles irritadas.
Hoy he vuelto a ir al barrio de mi niñez y he pasado por delante del portal de nuestra distribuidora de Avon del barrio, a la que llamábamos la Señora Pepita del Avón. He evocado aquellos momentos en que preparábamos la mesa para la cena, entre regañinas y risas con mis hermanas, el olor a sopa en la cocina, la tele encendida sin nadie que la mirase pero que era otro miembro más de la familia, y como se paraba el mundo cuando la señora Pepita llamaba al timbre y nos dejaba el catálogo en casa.
Aquella revista de cuartillas de papel con fotos de perfumes y cosméticos maravillosos. Creo que en casa la gran mayoría de productos de perfumería eran de Avon. Mis primeros pintalabios, los champús, mi primer tratamiento para las espinillas, los jabones que poníamos en los cajones para perfumar la ropa...
No puedo imaginar mi infancia sin la señora Pepita, y hoy cuando pasé por delante de su portal la recordé con cariño. Hacía varios años que la vi y ya era muy anciana y me he temido lo peor.
Cuando he preguntado me han confirmado mis temores: la señora Pepita se murió hace unos meses, ya muy mayor y aquejada de las enfermedades y achaques de la edad, y he sentido que un trocito de mí también había muerto, ese pedacito de infancia que revisaba los catálogos de esos maravillosos perfumes de pétalos y flores, de champús rosas y jabones de violetas.